domingo, octubre 25

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El ruido de fondo en su living funcionó de puntapié para desear condimentar mi noche de sabado. Tenía sed de bailar, divertirme...disfrutar. Era la semana de mi cumpleaños, pero como nunca fue real motivo para festejar la fiaka me contradecía.
Miramos un poco el menú, muchas opciones seguro, pero haciéndole honor a la burbuja de la q venimos teníamos que caer en la típica obviedad del menú del día. Fiesta organizada por clan de amigas del marín y un par de grisines que supuestamente son conocidos.
Llegamos a la choza, buena esquina para armar una fiesta, pinta de nicho calido y buena calidad adentro, luz tenue, ambiente relajado, amigos, baile, producción casera.
La entrada era bisarra, plato chico con contenido que rebalsaba, ellas ¨vestidas¨ de verde, espárragos descontrolados, se quejaban que de sus tetas todos opinaban, mala la opción de salsa picante si no querías quemar lenguas. Histéricas.
Los hombres ojeaban, pasan su mirada cínica por el menú, con el hambre de cazar y comerse la presa ahí mismo, se siente que emana de sus poros, contienen el aliento y evalúan quien es el bicho más débil. Sintiéndose interesantes, especiales por que ellos eligen, con mirada de superioridad hacen escaneos, como si ellos comieran sushi todos los días.
Siguen ojeando, pero es que no entiendo a que le tienen miedo ¿o asco?, no es tan gran cosa entablar una simple y amena charla con alguien que quizás te despertó algo de interés. ¿Tan difícil es dejar que el dedo te guié y quizás elegir algo del menú sin tener la presión de determinarlo tu plato preferido?. Es como si se hubieran congelado con la sopa fría que recomendó del chef.
Plato principal, ravioles apelmazados, apretujados y en montaña por mal calculo del chef. No había salsa que acompañaba, ninguna gracia entre componentes, pimienta berreta, sal y gusto amargo. Los codos acompañaban, y el frío apoderaba, nadie hacia mucho, pero simulaban risas sordas. Barril de cerveza a montones que manoteaban cada tanto. No me hallaba, no entendía, como la gente decía que se divertía. Levantaban los brazos simulando bailar con entusiasmo, pero todo era falso y acartonado. Me agarró asfixia, como cuando se come mucho y se necesita liberar el botón del jean. No había nadie que realmente me alegraba ver, no había música que despertara mis entrañas, y eso muy difícil no es.
Esperaba algún buen postre, y miraba esperanzada.
Y antes que mi humor se pudriera del todo decidí irme del lugar, y buscar el postre que me antojaba. Dejando atrás esas caretas me fui rumiando una sonrisa.

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